Con este temible nombre se conoce a una herramienta que los amantes de los vinos más añejos conocerán a la perfección. Se trata de un utensilio que tiene el sencillo propósito de que los restos del corcho, que con los años lo normal es que tienda a pudrirse en la botella, no caigan y desvirtúen el vino.

La teoría dice que para conservar un vino en perfectas condiciones, habría que cambiar el corcho cada pocos años. Por la poca práctica de este dicho, en las bodegas y restaurantes se suele acompañar de un degollador de botellas las aperturas de vinos de más de 10 años.

La técnica a seguir consiste simplemente en quemar el cuello de la botella por debajo del corcho para desprender la parte superior. El equipo de un degollador suele incluir el quemador, una bombona, tenazas de calor de corte y pinzas de frío de diferentes diámetros para poder adaptarse a diferentes tipos de botellas. Primero se caliente el diámetro del cuello de botella y a continuación con las pinzas frías se desprende por diferencia de temperatura del resto de la botella. Es conveniente filtrar con un embudo el vino antes de tomarlo por si algún trozo de cristal se desprendiese.

Es un clásico también utilizarlo en botellas de Oporto de más de 20 años, de hecho seguramente los degolladores se crearon para descorchar estos vinos vintage. En los últimos años la utilización de este instrumento se ha popularizado, y en ocasiones se utiliza para dar un poco de espectáculo más que por necesidad; ya que el proceso tiene mucho encanto.

La última vez que vi degollar una botella fue en el mítico restaurante Zalacaín, en Madrid, aunque en esa ocasión fue muy justificada su utilización; degustamos un estupendo Burdeos de nada menos que de 1970.

 
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